El presidente Richard Nixon apela a una supuesta “mayoría silenciosa”
En este discurso televisado, el presidente Richard Nixon apeló a una supuesta “mayoría silenciosa” para que apoyara la guerra de Vietnam sin reconocer la masacre ocurrida en My Lai (1968) y otras atrocidades similares.
Transcripción
Buenas noches, estimados ciudadanos. Esta noche quiero hablarles de un asunto de gran importancia para todos los norteamericanos y para mucha gente de todas partes del mundo: la guerra de Vietnam.
Creo que una de de las razones de la profunda división acerca de Vietnam es que muchos norteamericanos han perdido la confianza en lo que su Gobierno les contó acerca de nuestra política. Al pueblo norteamericano no se le puede ni se le debe pedir que apoye una política relacionada con asuntos primordiales de guerra y paz a menos que conozcan la verdad sobre dicha política.
Esta noche, por tanto, me gustaría responder algunas de las preguntas que sé rondan la cabeza de todos los que me están escuchando. ¿Cómo y por qué se implicó Estados Unidos en Vietnam en primer lugar? ¿Cómo y por qué ha cambiado esta esta administración la política de la administración anterior? ¿Qué ha sucedido realmente en las negociaciones de París y en el frente de Vietnam? ¿Qué elecciones debemos tomar si queremos poner fin a esta guerra? ¿Cuáles son las probabilidades de que se alcance la paz?
Me van a permitir que empiece por describir la situación que encontré cuando entré a ocupar el cargo el 20 de enero. La guerra había empezado cuatro años atrás. 31.000 norteamericanos habían muerto en combate. El programa de entrenamiento de los survietnamitas se había retrasado. Había 540.000 norteamericanos en Vietnam y ningún plan para reducir su número. No se había hecho ningún progreso en las negociaciones de París, y Estados Unidos no había propuesto un tratado de paz detallado. La guerra estaba causando una gran división en el país y suscitando las críticas de muchos de nuestros aliados, así como las de nuestros enemigos, en el extranjero. En vista de estas circunstancias, hubo quien urgió que pusiese fin a la guerra de inmediato, y que ordenase la retirada de todas las fuerzas estadounidenses.
Desde un punto de vista político, esta decisión habría sido popular y fácil de llevar a cabo. Después de todo, cuando nos involucramos en esta guerra mi predecesor aún ocupaba el cargo. Podría culparle a él de la derrota, que sería el resultado de mi acción, y revelarme como un hombre de paz. Algunos me lo dijeron sin rodeos: «Esa era la única manera de evitar que la guerra de Johnson se convirtiese en la guerra de Nixon». Pero yo tenía un deber en el que pensar superior a los años que durase mi administración o a las siguientes elecciones. Tenía que pensar en el efecto que mi decisión tendría en la siguiente generación y en un futuro de paz y libertad tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.
Debemos entender todos que la cuestión que nos ocupa no es si unos norteamericanos están a favor de la paz y otros en contra. La cuestión no es si la guerra de Johnson se ha convertido en la guerra de Nixon. La gran pregunta es: ¿Cómo podemos conseguir la paz para Estados Unidos? Bien, volvamos a la cuestión principal: ¿Por qué y cómo se involucró Estados Unidos en la guerra de Vietnam en primer lugar?
15 años atrás Vietnam del Norte, con el apoyo logístico de la China Comunista y de la Unión Soviética, lanzó una campaña para imponer un gobierno comunista en Vietnam del Sur instigando y apoyando una revolución. En respuesta a la petición del Gobierno de Vietnam del Sur, el presidente Eisenhower envió ayuda económica y equipamiento militar para asistirlos en su intento por impedir un levantamiento comunista. Hace siete años, el presidente Kennedy envió 16.000 soldados a Vietnam como apoyo. Hace cuatro años, el presidente Johnson envió fuerzas de combate norteamericanas a Vietnam del Sur.
Ahora muchos creen que la decisión del presidente Johnson de enviar fuerzas de combate fue la equivocada. Muchos otros, yo entre ellos, fuimos muy críticos con la manera en la que se desarrolló la guerra. Pero la cuestión a la que nos enfrentamos hoy es: ahora que estamos en guerra, ¿cuál es la mejor manera de ponerle fin?
En enero solo pude llegar a la conclusión de que una retirada precipitada de todas las fuerzas norteamericanas de Vietnam provocaría un desastre, no solo para Vietnam del Sur, sino para Estados Unidos y para la paz. En Vietnam del Sur, una retirada precipitada permitiría de manera ineludible a los comunistas repetir las masacres que siguieron a su surgimiento en Vietnam del Norte hace 15 años. Asesinaron a más de 50.000 personas, y cientos de miles más murieron en campos de concentración. Ya pudimos ver un preludio de lo que sucedería en Vietnam del Sur cuando los comunistas entraron en la ciudad de Hue el pasado año. Durante un breve mandato hubo un sangriento reinado del terror en el que 3.000 personas fueron apaleadas, tiroteadas y enterradas en fosas comunes. Ante un repentino cese de nuestro apoyo, la atrocidades vividas en Hue se convertirían en la pesadilla de toda la nación, en especial para el millón y medio de refugiados católicos que huyeron a Vietnam del Sur cuando los comunistas se hicieron con el poder en el Norte. Para Estados Unidos, esta primera derrota en la historia de nuestra nación resultaría en el colapso de la confianza en nuestro liderazgo, no solamente en Asia sino en todo el mundo.
Tres presidentes norteamericanos han reconocido la trascendencia de lo que está en juego en Vietnam y han comprendido lo que debía hacerse. En 1963 el presidente Kennedy, con la elocuencia y la claridad que lo caracterizan, dijo: «Queremos ver un Gobierno estable allí que siga luchando para conservar la independencia. Creemos firmemente en ello. No vamos a cesar en ese esfuerzo. En mi opinión, nuestra retirada significaría el derrumbamiento no solo de Vietnam del Sur, sino del Sureste Asiático, y por tanto, vamos a seguir allí». Los presidentes Eisenhower y Johnson se expresaron en los mismos términos durante sus mandatos. Para el futuro de la paz, precipitar la retirada provocaría un desastre de inmensas proporciones. Una nación no puede seguir siendo grande si traiciona a sus aliados y abandona a sus amigos. Nuestra derrota y humillación en Vietnam del Sur sin duda alentaría la temeridad de los consejos de aquellas potencias que no han abandonado todavía sus ansias de conquistar el mundo. Esto haría estallar la violencia allá donde ayudamos a mantener la paz (Oriente Medio, Berlín y, en última instancia, en el hemisferio occidental). En definitiva, costaría más vidas. No daría lugar a la paz. Daría lugar a más guerras.
Por estas razones rechacé las recomendaciones de terminar la guerra retirando de inmediato todas nuestras fuerzas. Preferí, en su lugar, cambiar la política, tanto en la negociación como en el campo de batalla, para luchar contra la guerra en distintos frentes. Inicié una búsqueda de la paz en muchos frentes. En el discurso televisivo del 14 de Mayo ante las Naciones Unidas comuniqué nuestras propuestas de paz con mucho detalle. Hemos ofrecido una retirada completa de todas las fuerzas extranjeras en el plazo de un año. Hemos propuesto un alto al fuego bajo supervisión internacional. Hemos ofrecido elecciones libres bajo supervisión internacional con la participación de los comunistas como fuerza política organizada. El Gobierno de Saigón se ha comprometido a aceptar el resultado de las elecciones. No hemos expuesto nuestras propuestas para que «las tomen o las dejen». Hemos dejado claro que estamos dispuestos a discutir las propuestas presentadas con la otra parte. Hemos manifestado que todo es negociable menos el derecho de la gente de Vietnam del Sur a decidir su propio futuro.
En la Conferencia de Paz de París, el embajador Lodge ha puesto de manifiesto nuestra flexibilidad y buena fé en 40 reuniones públicas. Hanoi ha rechazado incluso debatir nuestras propuestas. Ellos demandan que aceptemos sus términos y que retiremos todas las fuerzas norteamericanas de manera inmediata e incondicional, y que abandonemos el Gobierno de Vietnam al marcharnos. Nosotros no hemos limitado nuestras iniciativas de paz a debates y declaraciones públicos. En enero reconocí que una larga y amarga guerra como esta no se suele resolver en un foro público. Por eso, además de las declaraciones y negociaciones públicas, he estudiado todos los caminos privados que pudiesen llevar a una resolución.
Hoy estoy dando un paso sin precedentes al desvelarles algunas de nuestras iniciativas para la paz, iniciativas que nosotros emprendemos de forma privada y secreta porque pensamos que pueden abrir puertas que serían cerradas de hacerse públicas. No esperé a mi investidura para empezar a perseguir la paz. Mucho antes de ser elegido, hice dos ofertas privadas para llegar un acuerdo rápido y razonable a través de alguien que estaba en contacto con los líderes de Vietnam del Norte a título personal. La respuesta de Hanoi fue pedir nuestra rendición antes de negociar.
Ya que la Unión Soviética suministra la mayor parte del equipamiento militar a Vietnam del Norte, el Secretario de Estado Rogers, mi asistente para los asuntos de seguridad nacional, el dr. Kissinger, el embajador Lodge y yo personalmente nos hemos reunido en varias ocasiones con representantes del Gobierno Soviético para intentar iniciar un proceso de paz. Además, hemos extendido las rondas de negociaciones a representantes de otros gobiernos que tienen relaciones diplomáticas con Vietnam del Norte con el mismo fin. Ninguna de estas negociaciones han dado resultados hasta la fecha.
A mediados de julio, llegué al convencimiento de que era necesario dar un gran paso para salir del punto muerto de las negociaciones de París. Hablé directamente desde este despacho en el que ahora estoy sentado con un individuo que conocía personalmente a Ho Chi Minh desde hacía 25 años. A través de él, envié una carta a Ho Chi Minh. Hice esto fuera de la vía diplomática tradicional con la esperanza de que fuese un avance hacia el fin de la guerra. Permítanme que les lea la carta: «Estimado señor presidente: Soy consciente de la dificultad que supone comunicarse de manera efectiva a través del abismo que suponen cuatro años de guerra. Pero precisamente por eso, quería aprovechar esta oportunidad de reafirmar con total solemnidad mi deseo de trabajar por una paz justa. Creo firmemente que la guerra en Vietnam se ha prolongado ya demasiado, y retrasar su fin no puede beneficiar a nadie, y menos al pueblo de Vietnam. Ha llegado el momento de dar un paso adelante en las negociaciones para conseguir una pronta resolución a esta trágica guerra. Nos encontrará receptivos y abiertos en un esfuerzo común para llevar la paz al valiente pueblo de Vietnam. Consigamos que la historia registre este instante como el momento en que ambas partes se encaminaron hacia la paz en lugar de hacia la guerra y el conflicto».
Recibí la respuesta de Ho Chi Minh el 30 de Agosto, tres días antes de su muerte. Solo reiteraba la posición pública que había adoptado Vietnam del Norte en París y rechazaba rotundamente mi iniciativa. Se enviará el texto completo de ambas cartas a la prensa.
Además de las reuniones públicas mencionadas, el embajador Lodge se ha reunido con negociadores vietnamitas en París en 11 sesiones privadas. Hemos emprendido otras iniciativas significativas que deben permanecer en secreto para mantener algunos canales de comunicación que podría resultar todavía productivos. Pero el efecto de todas las negociaciones públicas, privadas y secretas que han tenido lugar desde el alto el fuego hace ahora un año, y desde que la actual administración entró en funciones el 20 de enero, se pueden resumir en una sola frase: no se ha hecho ningún progreso excepto el acuerdo sobre la forma de la mesa de negociaciones. Bien, entonces, ¿quién se equivoca? Está claro que el obstáculo a la hora de negociar el fin de la guerra no lo pone el presidente de los Estados Unidos. Tampoco es del Gobierno de Vietnam del Sur. El obstáculo es el rechazo absoluto de la otra parte a mostrar la más mínima voluntad de unión en la búsqueda de una paz justa. Y seguirá sin hacerlo mientras esté convencida de que todo lo que tiene que hacer es esperar nuestra próxima concesión y la concesión posterior a esa hasta que consiga todo lo que quiere. No puede quedar ya ninguna duda de que el avance de la negociación depende solo de que Hanoi decida negociar, negociar en serio.
Sé que esta información sobre nuestros esfuerzos en el frente diplomático es desalentador para los norteamericanos, pero los norteamericanos tienen derecho a saber la verdad, las malas noticias y las buenas, ya que hay vidas de hombres jóvenes en juego. Pasaré ahora a informar sobre otro frente más alentador. Cuando comenzamos nuestra búsqueda de la paz me di cuenta de que no podríamos conseguir poner fin a la guerra a través de negociaciones. Puse entonces en práctica otro plan para alcanzar la paz, un plan que provocaría el fin de la guerra con independencia de lo que sucediera en el frente de las negociaciones. Este plan está en línea con el gran giro en la política exterior de Estados Unidos que describí en mi conferencia de prensa en Guam el 25 de julio. Les explicaré brevemente que ha sido descrito como la «Doctrina Nixon», una política que no solo ayudará a poner fin a la guerra en Vietnam, sino que es un elemento esencial de nuestro programa para prevenir futuros Vietnams.
Los norteamericanos somos un pueblo que se saca las castañas del fuego. Somos un pueblo impaciente. En lugar de enseñar a alguien a hacer un trabajo nos gusta hacerlo nosotros mismos. Y esta característica ha calado en nuestra política exterior. En Corea, y de nuevo en Vietnam, Estados Unidos suministra la mayor parte del dinero, las armas y los hombres para defender su libertad contra la agresión comunista. Antes de que ninguna tropa norteamericana fuese a Vietnam, un líder de otro país asiático expresó su opinión mientras viajaba por el continente como ciudadano común. Me dijo: «Cuando intentáis ayudar a otra nación a defender su libertad, la política de los EEUU debería ser ayudarles a luchar en la guerra, no luchar en su lugar». Conforme a este sabio consejo, establecí en Guam tres principios de referencia para el futuro de la política norteamericana en Asia. Primero, EEUU mantendrá todos los compromisos contraídos en virtud de tratados. Segundo, serviremos de escudo ante la amenaza de potencias nucleares a la libertad de una nación aliada o de una nación cuya supervivencia consideramos vital para nuestra seguridad. Tercero, en aquellos casos en los se produzcan otro tipo de agresiones, suministraremos apoyo militar y económico cuando se solicite de acuerdo con los tratados firmados, pero asumiremos la responsabilidad principal a la hora de proporcionar efectivos a la nación amenazada para su defensa.
Tras anunciar esto, supe que los líderes de Filipinas, Tailandia, Vietnam del Sur y otras naciones que pueden estar amenazadas por ofensivas comunistas, acogieron de buen grado este giro de la política exterior norteamericana. La defensa de la libertad es asunto de todos, no solo de Estados Unidos, y sobre todo es responsabilidad de los pueblos cuya libertad está amenazada.
En la administración previa, americanizamos la guerra de Vietnam. En esta administración, vamos a «vietnamizar» la búsqueda de la paz. La política de la administración anterior fue asumir la responsabilidad principal a la hora de luchar contra la guerra, pero no hizo hincapié en la consolidación de Vietnam del Sur para que pudiesen defenderse ellos mismos cuando nosotros nos marchásemos. El plan de «vietnamización» fue emprendido por el Secretario Laird durante su visita a Vietnam en marzo. De acuerdo a este plan, ordené primero un aumento considerable de la formación y el equipamiento de las fuerzas survietnamitas. En julio, cuando fui a Vietnam, cambié las órdenes del general Abram para que fueran coherentes con los objetivos de nuestras políticas. Siguiendo estas nuevas órdenes, la misión principal de nuestras tropas es preparar a las fuerzas survietnamitas para que asuman toda la responsabilidad de la seguridad de Vietnam del Sur. Nuestras operaciones aéreas se han reducido más del 20%. Y es ahora que empezamos a ver los resultados de este profundo cambio en la política estadounidense en Vietnam. Después de cinco años de presencia de tropas norteamericanas, por fin estamos empezando a traer a los nuestros a casa. Para el 15 de diciembre, se habrán retirado 60.000 hombres de Vietnam del Sur, incluido el 20% de todas nuestras fuerzas de combate.
Los vietnamitas han seguido fortaleciéndose y, como resultado, han asumido responsabilidades militares que estaban en manos de nuestras tropas. Se han producido otros dos avances relevantes desde que esta administración tomó el poder. La infiltración enemiga, esencial para lanzar un ataque en los últimos tres meses, ha disminuido más de un 80%, y lo que es aún más importante, las bajas norteamericanas han disminuido en los dos últimos meses a la cifra más baja en tres años.
Permítanme ahora hablar de nuestro programa para el futuro. Hemos adoptado una serie de medidas en colaboración con Vietnam del Sur para retirar por completo todas las fuerzas de combate terrestre norteamericanas y sustituirlas por tropas survietnamitas según un calendario previamente establecido. Esta retirada se realizará desde la fuerza, no desde la debilidad. A medida que las fuerzas survietnamitas vayan siendo más poderosas, irá aumentando el índice de retirada norteamericana. No he tenido ni tengo la intención de anunciar dicho calendario. Las razones tras esta decisión son obvias, y estoy seguro de que las entenderán. Como ya he dicho en varias ocasiones, el ritmo de la retirada dependerá del desarrollo de tres frentes. Uno de ellos es el posible progreso derivado de las conversaciones de París. El anuncio de un calendario definitivo de retirada motivaría al enemigo a no negociar un acuerdo. Esperaría a la retirada de las fuerzas y entonces entraría. Los otros dos factores en los que se basarán las decisiones de nuestra retirada serán el nivel de actividad enemiga y el progreso de los programas de entrenamiento de las fuerzas survietnamitas.
Me alegra poder comunicarles hoy que en estos dos frentes se han producido avances mayores a los esperados. Como resultado, el calendario de retirada es más optimista ahora que cuando hicimos nuestras primeras estimaciones en junio. Esto demuestra claramente por qué no es inteligente comprometerse con un calendario. Debemos ser flexibles y basar todas las decisiones en la situación real del momento y no en cálculos que dejan de ser válidos. Si el nivel de actividad enemiga aumenta de forma significativa, puede que tengamos que ajustar el calendario en consecuencia.
No obstante, quiero ser totalmente claro acerca de algo. En el momento en que se produjo el cese de los bombardeos, hace ahora un año, no se sabía a ciencia cierta si el enemigo había comprendido que si nosotros dejábamos de bombardear Vietnam del Norte, ellos deberían dejar de bombardear ciudades del sur de Vietnam. Quiero estar seguro de que no hay ninguna confusión por parte del enemigo con respecto a nuestro programa de retirada. Hemos notado la disminución del nivel de infiltración enemiga y la reducción de nuestras bajas, y nuestras decisiones de retirada se basan en parte en estos factores. Si el nivel de infiltración o de bajas aumenta mientras nuestra actividad disminuye, sería el resultado de una acción consciente del enemigo. Hanoi no podría cometer un error tan grande como pensar que un incremento de la violencia resultaría ventajoso. Si yo advirtiera que un incremento de la acción enemiga pone en peligro a las tropas que continúan en Vietnam, no dudaría en tomar medidas contundentes y efectivas para resolver esa situación. No es una amenaza, es una declaración política que hago y que estoy dispuesto a cumplir como comandante en jefe de nuestras fuerzas armadas. También asumiré mi responsabilidad de garantizar la protección de soldados norteamericanos allí donde sea necesario.
Queridos compatriotas, estoy seguro de que deduciréis de mis palabras que solo tenemos dos opciones si queremos acabar con esta guerra. Puedo ordenar una retirada precipitada de todos los norteamericanos de Vietnam sin tener en cuenta los efectos de esta acción o podemos persistir en nuestra búsqueda de una paz justa a través de negociaciones, si fuese posible, o de la implementación continúa de un plan de «vietnamitación» si fuese necesario; un plan por el que retiraríamos todas nuestras fuerzas de Vietnam de acuerdo con un calendario a medida que los survietnamitas hacen acopio de las fuerzas que necesitan para defender su propia libertad. He escogido esta segunda opción. No es la opción fácil, es la opción correcta. Es un plan que terminará con la guerra y servirá a la causa de la paz, no solo en Vietnam sino en el Pacífico y en el mundo. Al hablar de las consecuencias de una retirada precipitada, he mencionado que nuestros aliados perderían confianza en Estados Unidos. Y lo que es aún más peligroso, perderíamos confianza en nosotros mismos. La reacción inmediata sería sentir alivio, ya que nuestros hombres regresarían a su casa, pero como hemos visto, las consecuencias de ello pesarían en nuestra conciencia y dejarían una cicatriz profunda en nuestro espíritu como pueblo. Hemos afrontado otras crisis a lo largo de nuestra historia y nos hemos fortalecido rechazando la vía fácil, tomando siempre la decisión correcta a la hora de enfrentarnos a los desafíos. Nuestra grandeza como nación ha sido nuestra capacidad para hacer siempre lo correcto cuando hemos sabido que, efectivamente, lo era.
Reconozco que algunos de mis conciudadanos están en desacuerdo con el plan de paz que he elegido. Estadounidenses honrados y patrióticos han llegado a conclusiones distintas sobre cómo se debería alcanzar la paz. Hace unas semanas, vi en San Francisco a manifestantes con pancartas en las que se podía leer «Pierde en Vietnam, trae a los chicos a casa». Uno de de los puntos fuertes de nuestra sociedad libre es que cualquiera tiene el derecho de llegar a esa conclusión y defender ese punto de vista. Pero como presidente de los Estados Unidos, traicionaría el juramento de mi cargo si permitiese que la política de esta nación fuese dictada por la minoría de los que sostienen ese punto de vista y quienes tratan de imponerlo en el país mediante la organización de manifestaciones en la calle. Durante casi 200 años, la política de esta nación ha sido llevada a cabo por los líderes elegidos por el pueblo en el Congreso y la Casa Blanca respetando nuestra Constitución. Si una minoría, por fervorosa que fuese, prevaleciera sobre la razón y la voluntad de la mayoría, esta nación no tendría futuro como sociedad libre.
Ahora me gustaría dirigir unas palabras, si me lo permiten, a los jóvenes de esta nación, que están particularmente preocupados por esta guerra. Respeto su idealismo. Comparto su preocupación por la paz. Deseo la paz tanto como vosotros. Tengo motivos personales importantes para querer que esta guerra termine. Esta semana tendré que firmar 83 cartas dirigidas a madres, padres, esposas y seres queridos de hombres que han dado su vida por Estados Unidos en Vietnam. Es una pequeña satisfacción para mí que sea solo una tercera parte de las cartas que tuve que firmar la primera semana de mi mandato. No hay nada que desee más que que llegue el día en el que no tenga que escribir estas cartas. Quiero terminar la guerra para salvar las vidas de esos valientes jóvenes en Vietnam, pero quiero terminarla de manera que aumenten las oportunidades que sus hermanos menores y sus hijos no tengan que luchar en un futuro Vietnam en algún lugar en el mundo. Y quiero terminar la guerra por otra razón. Quiero terminarla para que vuestra energía y dedicación, la de nuestros jóvenes, que ahora está centrada en odiar a los responsables de la guerra, pueda encaminarse a los retos de la paz, a una vida mejor para todos los estadounidenses, a una vida mejor para todas las personas de esta tierra. He escogido un plan para la paz. Creo que saldrá bien. Si no sale bien, no importarán las críticas que se hacen ahora. Y si sale bien, no importarán las críticas que se hacen ahora. Si no sale bien, nada de lo que diga importará.
Sé que no está de moda hablar de patriotismo o de nuestro destino como nación hoy en día, pero creo que es apropiado hacerlo en esta ocasión. Hace 200 años esta nación era débil y pobre. Pero incluso entonces, Estados Unidos era la esperanza de millones de personas de todo el mundo. Hemos llegado a ser la nación más poderosa y rica del mundo, y el destino ha querido que las esperanzas de paz y libertad del mundo estén condicionadas por la firmeza moral de los norteamericanos y su coraje para enfrentarse a los desafíos como líder de un mundo libre. Procuremos que no pase a la historia que Estados Unidos volvió la espalda a millones de personas siendo la nación más poderosa del mundo y dejó que las fuerzas del totalitarismo extinguiesen sus esperanza de paz y libertad.
Por lo tanto, les pido a ustedes, la gran mayoría silenciosa de mis conciudadanos, su apoyo. Juré en mi campaña presidencial acabar con esta guerra de manera que pudiésemos alcanzar la paz. He puesto en marcha un plan de actuación que me permitirá mantener esa promesa. Cuanto más apoyo tenga de los ciudadanos norteamericanos, más pronto podrá cumplirse este juramento. Cuanto más divididos estemos en casa, menos probable será que el enemigo negocie en París. Unámonos por la paz. Unámonos contra la derrota. Comprendamos que Vietnam del Norte no puede derrotar o humillar a Estados Unidos. Solo los norteamericanos pueden hacerlo. Hace cincuenta años, en esta misma sala y en este mismo despacho, el presidente Woodrow Wilson dijo unas palabras que cautivaron a un mundo hastiado por la guerra. Dijo: “«Esta es la guerra que acabará con las guerras». Su sueño de paz después de la Primera Guerra Mundial fue hecho añicos por la cruda realidad de la política de las grandes potencias. Y Woodrow Wilson murió desolado. Hoy no les digo que la guerra en Vietnam es la guerra que acabará con las guerras, pero sí que he puesto en marcha un plan que pondrá fin a esta guerra y acercará un poco más al objetivo que Woodrow Wilson y de cualquier presidente de la historia de Estados Unidos: una paz justa y duradera.
Como presidente, tengo la responsabilidad de escoger el mejor camino para alcanzar ese objetivo y dirigir a la nación hasta que lo consigamos. Me comprometo esta noche a hacerme cargo de esta responsabilidad con toda la fuerza y la sabiduría con la que pueda contar conforme a vuestras preocupaciones y esperanzas, respaldado por vuestras oraciones. Gracias y buenas noches.