Cuando en 1957 comenzaron las gestiones para la exposición de los estudios y postcriptos de Guernica que tendría lugar en 1962 en varias ciudades de Japón, la intención era incluir el cuadro original. Yiro Enjoji, miembro del comité organizador de dicha muestra, así lo expresó solicitando su préstamo a René d’Harnoncourt, entonces director del Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York. Sin embargo, Alfred H. Barr Jr. enseguida intervino y recomendó, de acuerdo con el estudio de conservación del cuadro que se había realizado ese año, que no saliera del museo debido a su estado y desgaste. En este sentido, puso a John Rockefeller al corriente de esta solicitud, ya que desde el año anterior su hijo Nelson contaba con una réplica en tapiz del cuadro.

En 1956 Nelson Rockefeller recibió el tapiz que había encargado al taller textil de Jacqueline de la Baume Dürrbach, en Aubusson (Francia), especializado en réplicas de obras de arte en esta técnica. Pablo Picasso, admirador de los tapices del taller, aprobó y supervisó la realización de esta pieza, con la que se mostró entusiasmado hasta el punto de firmar un contrato para realizar dos más, que presentarían ligeras diferencias y tonalidades de color. Ante la negativa del MoMA de prestar Guernica para la exposición que debía celebrarse en Japón en 1962, Art Friend Association, la sociedad encargada de su organización, solicitó a Nelson Rockefeller el préstamo de su tapiz. Carol K. Uht, conservadora de la colección de arte de Rockefeller, estuvo al frente de las gestiones, y el tapiz abandonó la mansión de Albany en la que permanecía expuesto para ser mostrado entre septiembre de 1962 y abril de 1963.

En un momento de fragilidad política internacional y tensiones en Asia, la exposición recorrió cuatro ciudades de Japón: Tokyo (3 de noviembre – 23 de diciembre de 1962), Kyoto (16 de enero – 17 de febrero de 1963), Kurume (23 de febrero – 10 de marzo de 1963), y Nagoya (16-31 de marzo de 1963). A lo largo de esos meses, la comunicación entre Carol K. Uht, Nelson Rockefeller y los organizadores fue fluida, quienes informaron del éxito de la exposición a su paso por las distintas ciudades y subrayaron que el tapiz era la pieza más destacada de la muestra. Poco después de la inauguración en Tokyo, se dirigieron también a Pablo Picasso para transmitirle la buena recepción de la exposición por parte del público japonés: se apeló a que los japoneses, que tanto habría sufrido en la Segunda Guerra Mundial, y en particular con el lanzamiento por parte del ejército estadounidense de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, apreciarían profundamente su obra. Así, la presencia del tapiz en sustitución del original reafirmaba que su valor como icono podía ser independiente de su presencia física.