El 2 de mayo de 1980 el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York abría la mayor exposición hasta la fecha dedicada a Pablo Picasso, para la que reunieron cerca de mil obras entre pinturas, dibujos, grabados, esculturas y collages. La muestra, además de insertarse en las celebraciones del cincuenta aniversario de la creación del museo (1929), constituía un nuevo homenaje al artista –se trataba de la decimosexta exposición monográfica que el museo le consagraba– y era excepcional por ser la única ocasión en la que pudo congregarse tal número de obras, de las que alrededor de la mitad no se habían visto antes en Estados Unidos. Por otro lado, sirvió también de despedida oficial de Guernica, el cual, según acordado con las autoridades competentes, sería entregado a España al clausurarse la exposición.

William Rubin, director del Departamento de Pintura y Escultura del MoMA, fue el co-comisario de esta extraordinaria muestra que ocupó las tres plantas del museo, donde las obras fueron dispuestas cronológicamente. El otro responsable de la exposición fue Dominique Bozo, comisario jefe del futuro Musée Picasso de París (proyecto puesto en marcha a partir de la importante dación de obras por el artista en 1968 y continuado tras su muerte en abril de 1973), de modo que se estableció una sólida relación entre las dos instituciones. Este proyecto expositivo se inició a comienzos de la década de 1970 y Picasso participó activamente en aquellas primeras gestiones junto con Rubin. Este organizó entonces la exposición Picasso at the Museum of Modern Art (3 de febrero – 2 abril de 1972), compuesta por más de cien obras pertenecientes a la colección del museo (adquisiciones o donaciones), además de Guernica y las obras asociadas al mismo, que eran un depósito del artista. Esa exposición sirvió para presentar por primera vez en el contexto del museo la obra de Picasso recién adquirida El osario (1944-1945).

Por su carácter integral en el repaso de la trayectoria artística de Picasso, sin descuidar ninguna técnica o medio utilizado, esta retrospectiva marcó un punto de inflexión en la revisión y el análisis crítico de la obra del artista, y señaló el comienzo de las exposiciones multitudinarias. Por un lado, el catálogo editado por William Rubin para la ocasión, con una estructura también cronológica y con la reproducción casi íntegra de todas las obras en la exposición, perfectamente referenciadas, se presentaba como una tentativa de catálogo razonado, superando el proyecto de Christian Zervos (publicado entre 1932 y 1978), y colocaba al MoMA al frente de los trabajos picassianos de referencia. Por otro lado, ese verano la ciudad de Nueva York quedó colapsada a causa de la exposición y obligó al museo a modificar sus horarios para dar respuesta a la masiva afluencia y éxito de público.

No obstante, bajo el éxito de la muestra y en el plano interno, subyacían las negociaciones y los acuerdos que el MoMA y el Gobierno de España –a través del Ministerio de Exteriores, el Ministerio de Cultura y la Dirección General de Bellas Artes, con Javier Tusell como uno de sus principales interlocutores–, habían tomado en relación con el destino y la entrega de Guernica y las obras asociadas. En el transcurso de una reunión mantenida en Nueva York el 20 de marzo de 1980, y siguiendo la voluntad del artista, ambas partes convenían entregar las obras al cierre de la exposición, el 15 de septiembre de ese año. Los preparativos se alargaron y el conjunto se trasladó a Madrid un año más tarde. Al pueblo estadounidense, y a todos los visitantes de la exposición, se le dio la oportunidad de ver por última vez en el MoMA el cuadro que había encontrado allí un lugar pacificado –en un momento de convulsiones históricas, políticas, geográficas y artísticas– y sobre el que el propio museo había construido el relato de la historia del arte moderno.