Tras la inauguración de la muestra Picasso en la Galleria Nazionale d’Arte Moderna de Roma, el 3 de mayo de 1953, se inició la organización de la exposición en Milán. No solo se trataba de prolongar en Italia la presencia y la difusión de la obra de Picasso, en especial sus últimos trabajos, sino que en el medio específico milanés la exposición debía jugar un doble papel político y cultural, tanto por la significación del artista como por el deseo de la ciudad de Milán de presentarse como centro neurálgico del arte moderno y de la renovación cultural en Italia. Contó con un comisario distinto, se editó un catálogo propio y se incrementó el número de obras expuestas, donde destacaba Guernica y un numeroso conjunto de cuadros procedentes del entonces Museo de Arte Moderno de Moscú.

En un contexto político en el que las naciones europeas iniciaban su reconstrucción material, política, económica y cultural tras la guerra, las manifestaciones y eventos internacionales por la paz y contra la bomba atómica cobraron especial protagonismo. A partir de 1949, año en que Pablo Picasso firma y dona el dibujo de la paloma que será convertido en imagen del Movimiento de los Partidarios de la Paz, adscrito al Partido Comunista, el artista atraviesa una época de especial visibilidad pública en el plano político. Ese año, tras el congreso de Wroclaw (Polonia), se celebró en Roma una reunión del Consejo por la Paz a la que acudió Picasso. Se consolidaban los lazos con el Partido Comunista Italiano, y de esa visita salió la propuesta de organizar una exposición de su trabajo en el país.

El 3 de mayo de 1953 se inauguró la muestra en la capital italiana, en cuyo comité organizador sobresalían historiadores del arte como Giulio Carlo Argan y Lionello Venturi y políticos como el senador Eugenio Reale, quien desempeñó la labor de interlocutor con Picasso en las cuestiones organizativas. Desde que abrió sus puertas la muestra romana, oficial en la puesta en escena y moderada en el componente político de las obras y el discurso, temiendo su incidencia en la opinión pública, se activó un comité desde Milán para llevar allí la exposición. Este comité, encabezado por Fernanda Witttgens, directora de la Pinacoteca Brera, tenía claro los objetivos para lograr el éxito de público y cultural que pretendían: la exposición debía situar Milán como epicentro de la renovación intelectual y artística italianas y debía diferenciarse de la de Roma, en concreto en cuanto a la propuesta curatorial y las obras. A este respecto, además de Eugenio Reale, también Attilio Rossi jugó un papel fundamental al visitar a Picasso en septiembre de 1953 y lograr que consintiera prestar Guernica, en depósito en el Museum of Modern Art de Nueva York.

El cuadro se incorporó a la muestra el 5 de octubre, casi tres semanas después de su inauguración; no obstante, salió de la misma antes de su clausura, el 14 de noviembre, para ser enviado a Brasil, donde debía formar parte de la exposición antológica del artista en el marco de la II Bienal de São Paulo. En el mes de diciembre se unió el conjunto de obras de las décadas de 1900 y 1910 procedentes del Museo de Arte Moderno de Moscú, lo que convirtió la exposición milanesa en una muestra casi antológica del artista. Uno de los motivos que convencieron a Picasso del préstamo del cuadro fue el lugar elegido para exponerlo: la Sala de las Cariátides del Palazzo Reale de Milán, un gran espacio neoclásico cuyo aspecto semiderruido era testimonio de los bombardeos que sufrió la ciudad en 1943. Acompañado además y por primera vez con sus obras de compromiso político y antibelicistas: El osario (1944-1945), Masacre en Corea (1951) y los murales recién terminados La guerra y La paz (1953), Guernica encontraba el escenario perfecto y se actualizaba su naturaleza icónica de símbolo de destrucción, guerra y muerte. La presencia de Guernica y este significativo grupo de pinturas supuso un acto de redención, no sin tensiones, para aquellos artistas e intelectuales reunidos alrededor de la revista antifascista milanesa Corrente, a partir de 1938 y durante la guerra, desde donde habían reconocido en Picasso el papel de maestro de la vanguardia artística, así como su compromiso político, y en cuya actividad participaron Carlo Carrà, Mario Mafai y Renato Gutusso, entre otros.