En su dimensión político-simbólica, el dolor de Gernika se transforma en grito contra la violencia, que recuerda la fragilidad del pueblo ante esta pero también su capacidad de reaccionar y unirse.
Desde 1937, el cuadro ha sido capaz de expresar, visibilizar y conectar procesos históricos y políticos distintos. Ha sido enarbolado en la lucha contra la instrumentalización de la vida humana y los derechos civiles en las estrategias geopolíticas de los estados, en la denuncia de las estructuras racistas y patriarcales y contra los intereses económicos por encima del bien común, que determinan quién puede vivir y quién puede morir.
Desde el uso y la apropiación del cuadro en tanto que signo e icono político, Guernica se hace visible en diferentes escenarios donde su imagen ha sido recuperada como protesta contra la injusticia y por la paz. En la medida en que su condición de cuadro de historia lo ha convertido en alegoría universal, Guernica es capaz de actualizarse constantemente aumentando su fuerza crítica.
Picasso, al evitar en su cuadro cualquier alusión directa al bombardeo de Gernika, sentaba las bases para un icono capaz de representar todas las violencias, todos los bombardeos, capaz de sumar y unir historias sin anular ninguna.
Símbolo contra la violencia
Si la realización del cuadro fue en origen la respuesta a la violencia fascista que anunciaba una nueva forma de guerra, fue especialmente a partir de la guerra de Vietnam, con las acciones de Art Workers’ Coalition dentro y fuera del Museum of Modern Art de Nueva York, cuando tomó impulso como icono político.
Desde entonces, Guernica ha aparecido total o parcialmente en dibujos, viñetas, carteles y pancartas en manifestaciones contra las políticas internacionales en relación con conflictos bélicos abiertos; pero también, cada elemento o figura convocados en el cuadro ha adquirido autonomía más allá del todo y surge continuamente resignificándose, recordando la existencia de víctimas.